Una de
las características de este blog, es dar prioridad a los contenidos y no a la
difusión en sí del blog. Por ese mismo motivo, todas las publicaciones que
realizo intentan referenciar artículos y publicaciones donde se apoya el
contenido, aunque casi todo el contenido publicado sea de elaboración propia y basada en la experiencia que el trabajo
diario con personas afectadas por esclerosis múltiple me proporciona.
Ya he
abordado el tema del Estrés, al menos de una forma básica y divulgativa para
poder conocer qué es y cómo se presenta, aquí tenéis la publicación.
Pero esta entrada intenta ir más allá.
Cuando
hablamos de estrés, tendemos a asociar, a veces incorrectamente, a este término
un significado asociado a conceptos como una mayor agitación, actividad física
y psíquica bajo estado de agotamiento, desgaste emocional, cansancio, falta de
sueño, irritabilidad, apatía, saturación, problemas en las relaciones
interpersonales, y una característica que resalta sobre la demás, la
temporalidad.
Esta
última característica de temporalidad, se asocia a que la persona bajo
situación de estrés, asume la idea de que dicho estado esté asociado la
vivencia de una o unas situaciones concretas que repercuten en la vida diaria.
Para la persona, esas situaciones se anclan a períodos determinados de tiempo,
de forma que finalizado dicho período temporal, creen que finaliza el estrés
que se sufre. A estas situaciones se le conocen como acontecimientos vitales
estresantes, AVEs.
Pero ¿qué
ocurriría si los efectos generados por la exposición al estrés fuesen duraderos
en nuestro organismo? ¿Cómo podemos saber si el Acontecimiento Vital y
Estresante ha sido neutralizado completamente? Y por último; ¿Cómo podemos
saber si esas AVEs no han generado otras enfermedades, alteraciones o
trastornos en nuestras vidas que sufrimos finalizado el período de estrés?
¿Aprende
nuestro organismo a estresarse cíclicamente aunque no esté expuesto a sus
estresores?
En las
enfermedades crónicas como la esclerosis múltiple, el estrés está presente
antes incluso del momento de diagnóstico. En una fase pre-diagnóstica la persona vivencia apariciones sintomáticas que le hacen suponer que algo está
ocurriendo.
La
intensidad de esas alteraciones, que no tienen aún nombre, y son percibidas
poco a poco por la persona cada vez con más frecuencia e intensidad, de forma
que la asociación entre una situación y otra empieza a acumularse en formas de
interrogantes en el pensamiento de la persona ¿qué me está sucediendo? ¿Por qué me pasan estas cosas? Bajo esta
situaciones donde los síntomas comienzan a manifestarse, no son asociadas a
situaciones concretas, y por tanto los síntomas se vivencian cómo respuestas
fisiológicas propias.
La
persona por tanto, ante la aparición del síntoma como entidad propia, no tiene
una respuesta, y esta ausencia de atribución causal por el momento, es la
responsable del estrés. Es decir, no saber la causa, sería el estresor o
estímulo generador de angustia, miedo, malestar, incomodidad, etc. No saber lo
que ocurre y por qué ocurre es por tanto también un estresor.
Pero entre la aparición de estas alteraciones,
de intensidad moderada o leve, la persona retoma su estado normalizado de
salud, y por tanto, la asociación entre esas manifestaciones clínicas, los
síntomas, y la exposición al estresor; no se consolidada como respuesta condicionada y consciente para
la persona. Sin embargo, el organismo sí que empieza a aprender que la
asociación acontecimiento vital estresante y su asociación directa con el síntoma
provocado empiezan a estresarle y generarle malestar y disfuncionalidad.
De
forma que la temporalidad para la persona, en un principio pasa casi desapercibida
respecto al impacto en salud, pero para nuestro organismo, no. Es esa
característica la que empieza a condicionar las respuestas estresantes del
organismo. Nuestro cuerpo parece que aprende a estresarse antes incluso de que
la persona sea consciente de su situación de estrés y del impacto sintomático
que se deriva.
En el
curso imprevisto y no controlable de la Esclerosis Múltiple, en ocasiones y aun
no estando diagnosticada la persona, (fase pre-diagnóstica), ésta puede
enfrentarse por primera vez a un brote, el debut clínico de la enfermedad.
Este
primer brote suele presentarse, aunque no siempre con una intensidad alta e
interferencia significativa en el impacto en la calidad de vida de la persona
afectada.
Pero en
ocasiones el brote debutante no interfiere significativamente en la vida de la
persona, y ésta continúa haciendo su vida, sin pasar por los servicios de
urgencia, con un estado físico casi preservado completamente, pero con una
clave cognitiva activada que rememora acontecimientos estresantes pasados a los
que no atendió. Esa “clave cognitiva activada”
ese pensamiento generador de angustia podría ser “esto que me ha ocurrido se
parece a lo que me paso antes pero más fuerte” y esa clave de pensamiento,
activa igualmente una clave emocional, la angustia y el miedo; que se activan
ante la ausencia de respuesta que pueda solucionar el problema o la amenaza
real a la que la persona se enfrenta.
Pero en
otras circunstancias, el debut clínico de la enfermedad con un brote, requiere
ingreso en servicio de urgencias, pruebas diagnósticas, emisión de un
diagnóstico diferencial y cita programada a neurología.
Bajo esta
circunstancia vital, el estresor ya está activo y la persona se enfrenta
de forma consciente por primera vez a su acontecimiento vital estresante,
lo que no indica que sea la primera vez que lo vivencia, pero sí la primera vez
a la que le presta atención consciente, dada la interferencia en su vida diaria
y la severidad de los síntomas presentados.
Según
indican Ribera-Navarro y cols (2001) 1 “el diagnóstico suele ser un acontecimiento vital estresante que
conlleva consecuencias psicológicas y sociales, además de las físicas” Además
las personas afectadas por esclerosis múltiple, según autores como Tesar,
Baumhackl, Koop y Günther et als. (2003)2 “tienen más probabilidad de sufrir
alteraciones psicológicas que la población general”. A su vez, Siegert y
Abernety, (2005)3, establecen que las personas afectadas por
esclerosis múltiple “presentan más probabilidad
de sufrir alteraciones psicológicas que otros grupos de pacientes con enfermedades crónicas”,
siendo según Sá (2008)4 “la
ansiedad y la depresión las manifestaciones psicopatológicas más prevalentes”.
Para Feisntein (2011)5 ambas alteraciones o trastornos se sitúan en con un “57%”
la prevalencia de la depresión en la esclerosis múltiple mientras que la
ansiedad estaría en el “34%” según (Smith y Young 2000)6.
Queda
claro por tanto que el estrés es mucho más que un término de seis letras.
En ambos
casos, ¿hasta qué punto podemos afirmar que las consecuencias de este
acontecimiento vital estresante, fase pre-diagnóstica o fase diagnóstica, solo
genera alteración o trastornos en este período determinado de la vida de la
persona afectada? O dicho de otra forma, ¿el estrés derivado por este
acontecimiento vital y estresante, genera un impacto mantenido en el organismo,
y por tanto en el estado de salud físico, psíquico y social de la persona?
Estrés,
un término al que recurrimos con mucha frecuencia para enmascarar otras
circunstancias y estados físicos, mentales y emocionales, que no siempre se relacionan
o tienen su origen en la salud de las personas o en sus procesos de enfermedad.
Sin embargo, tanto “consumo, uso y abuso” del término, ha podido llegar a
desgastar y oxidar el término en su más estricto significado y en su verdadero
impacto sobre la salud.

Además en
este mismo artículo se presenta referenciada literatura que evidencia la
asociación entre el estrés y la aparición de brotes y estados de agravamiento
de la esclerosis múltiple asociados directamente al estrés y a los
acontecimientos vitales y estresantes.
Así, por
ejemplo, en las formas progresivas, el estrés provocaría mayor deterioro,
avance y progresión sintomática. A veces este impacto por estrés en las formas
progresivas de la enfermedad, repercute en un sólo síntoma, como la espasticidad,
por citar uno. Este impacto “limitado” en lo referente al número de síntomas
agravados, pero significativo en su intensidad y severidad, se asocia por parte
de la persona afectada al curso mismo de la enfermedad, desechando en todo
momento por parte de la persona que pueda tratarse a la influencia estresante
de una situación vivida anterior o presente y por tanto al estrés.
Y sólo
cuando hay una asociación temporal directa y simultánea, la vivencia de un
acontecimiento vital estresante y su repercusión emocional de alta intensidad,
(la muerte de un familiar, pérdida de un trabajo, separación afectiva de una
pareja), etc, el agravamiento del estado físico de la persona, en las formas
progresivas de la enfermedad es asociada de forma consciente al estrés percibido.
Bajo esta situación concomitante la persona sí es consciente de cómo el estrés
causa y empeora su salud.
De forma
que el estrés es realmente percibido como amenaza cuando su impacto es ya
irremediable y por tanto, la temporalidad deja de ser una variable manejable
por la persona afectada.
Esto es
indicativo de la necesidad de formar a la persona afectada por esclerosis
múltiple sobre qué indicadores son predictores de una situación de estrés
mantenida en el tiempo, y no de un estado temporal, limitado y concreto. Pero
igualmente importante es que los profesionales sanitarios que inciden en el
seguimiento del proceso de enfermedad conozcan los indicadores psicológicos del
estrés. Además la humanización en la atención sanitaria, que pase por una mejor
comunicación profesional-persona afectada ayudará no sólo a la comunicación
sintomática del estado de la enfermedad por parte de la persona afectada para
resolver dudas, sino también en anticipar por parte de la persona afectada
otras causas, que puedan estar influyendo en el curso y pronóstico de la
enfermedad. Y esto repercutirá en la adherencia terapéutica y la relación
profesional-persona afectada.
La
pregunta sería ¿podemos disminuir las claves cognitivas que el estrés genera
formando e informando a las personas afectadas? Sin duda, sí.
Aprender
a conocer qué factores psicosociales son generadores de estrés, que
consecuencias provoca en la vida de la persona afectada, qué recursos se ponen
en marcha para intentar superar la situación y sus consecuencias sintomáticas y
si son útiles y eficaces para neutralizar el estrés, es fundamental para evitar
las consecuencias del mismo en el estado de salud de la persona afectada.
Que la
persona afectada por esclerosis múltiple, intente por sí misma controlar una
situación que le está generando malestar, es totalmente normal y adecuado. Sin
embargo, la persona ha de poder reconocer por sí misma, si la situación
estresante se mantiene o no y si los indicadores de estrés le están afectando o
no.
A veces,
y en muchas ocasiones, la persona pasado ya el acontecimiento vital estresante,
tiende a enmascarar sus consecuencias físicas que la persona pueda estar
percibiendo sintomáticamente. Esta forma de enmascarar las consecuencias
físicas, psíquicas y emocionales que el estrés ha generado, independientemente
de que la situación haya desaparecido ya, son la evidencia de que la
sintomatología pos-estrés está brotando y por ende, el impacto sintomático de
la esclerosis múltiple se agrava.
La
pregunta es; ¿por qué la persona afectada no comunica el malestar derivado de
un acontecimiento vital estresante? Y ¿por qué pasado ese acontecimiento, la
persona afectada por la enfermedad no comunica la persistencia de los síntomas
indicadores del estrés y su interferencia en su estado de enfermedad?
Una de
las principales razones, es que al igual que la persona afectada creía en un
principio que el acontecimiento vital estresante era temporal, cree que el
impacto sintomático pos-estrés, también es temporal. Esto significa que la
persona afectada, espera a que la situación tienda a remitir por sí sola, hasta
el punto de extinguirse por completo. Para ello y previamente la persona hace
una valoración subjetiva del impacto y consecuencia que el síntoma está
provocando, es decir, valora si el agravamiento del síntoma o síntomas, son
realmente significativos y merecen asistencia o espera a que desaparezcan poco
a poco.
Otros de
los motivos, y valorando en muchas ocasiones por parte de la persona afectada,
que la consecuencia pos-estrés y el agravamiento sintomático es realmente
significativo, la persona no actúa tras valorar las consecuencias que en su
estado tendría la asistencia a un dispositivo de urgencias y la medicación que
pueda derivarse para neutralizar el agravamiento, ¿Por qué?
Generalmente
cuando la persona no valora como positivo acudir a su médico o al dispositivo
de urgencias, en mente tiene preconcebida la idea de que la medicación que
pueda derivarse para neutralizar el agravamiento, pueda repercutir más de lo que
pueda ayudar. En ocasiones estas ideas o pensamientos no tienen una base o
evidencia científica, pero sí se sustenta en lo que la persona afectada Cree
realmente y esa Creencia, como
constructo psicológico es más poderosa en ocasiones que muchos estudios
publicados en las mejores revistas de impacto.
En este
pensamiento se apoya muchas veces la naturaleza de los tratamientos
medicamentosos para los casos de esclerosis múltiple, inmunomoduladores,
inmonosupresores, etc), la valoración de las mejorías percibidas en las experiencias
previas, efectos secundarios derivados de otras ocasiones, etc. Consecuencias
todas ellas que hace que la persona deseche la posibilidad de mejorar porque
cree realmente que acabará empeorando. La pregunta sería ¿por qué en las
personas afectadas por esclerosis múltiple, la medicalización no siempre es
valorada como una opción, pese a las consecuencias reales de la enfermedad? En
su momento intentamos dar respuesta a esta cuestión bajo la entrada de 2015,
pero actual a día de hoy; El
Brote y su proceso decisional.
Y una
tercera razón, y por ello no menos importante, para desechar la asistencia por
parte de la persona, es entender, comprender y asimilar, que el estrés vivido y
su consecuencia en forma de impacto en la salud, es evidencia de que la
persona, no está tan bien como cree estar. Y muchas veces este pensamiento dual,
estado ideal-estado real, implica dos dimensiones. La primera; reconocer que
los síntomas que reconocen asociados a la enfermedad que se padece, esclerosis
múltiple, se están agravando. Y reconocer que mental y emocionalmente la
persona no está “tan entera” como cree estar, y esto no es nada fácil. Sin
embargo, reconocer ésto supone un paso definitivo en el afrontamiento psicológico
del proceso de enfermedad ya que vinculado a éste reconocimiento, esta explícita
la idea de precisar ayuda.
Por
tanto, esta valoración mental de estas dimensiones, implica estrés. De esta
forma el círculo vicioso de la respuesta o mejor de la no respuesta ante el
acontecimiento vital estresante inicial en el momento pre-diagnóstico de la
vida de la persona, cierra su ciclo agravando todo el estado descrito
anteriormente.
Lo que en
un momento concreto de la vida, la persona afectada vivió como acontecimiento
vital estresante y pasó, generó de forma subyacente un estado sintomático de
agravamiento que en otro momento vital distinto, la persona vuelve a vivenciarse
como un nuevo acontecimiento vital estresante, un brote, un empeoramiento
significativo, una necesidad de tratamiento, un síntoma mantenido en el tiempo,
una secuela nueva, o una necesidad de ayuda profesional que antes no se
barajaba.
Y es así
como el estrés agudo, el que presenta impacto a corto plazo, se presenta como
estrés crónico y mantenido en el tiempo, con impacto en la salud a largo plazo
por la respuesta aprendida de nuestro organismo a defenderse de las amenazas.
Esta
modificación en la respuesta del estrés, puede ser controlada y neutralizada
pero la persona afectada por esclerosis múltiple y sus familiares han de
conocer cómo. Las asociaciones de pacientes, las diferentes asociaciones de
esclerosis múltiple, como la nuestra propia, Asociación
Granadina de Esclerosis Múltiple, tienen aquí un papel imprescindible en el
abordaje psicosocial del proceso de enfermedad y en la prestación psicológica
de ayuda para afrontar las situaciones emocionales derivadas del proceso de
enfermedad.
Un
ejemplo claro del impacto del estrés, es el que vivió una persona afectada por
esclerosis múltiple remitente recidivante que hasta el momento presentaba un
buen estado físico. En nuestra entrada del blog
“El Poder de la Mente I
y II
parte”, se define claramente el papel que el estrés que la persona afectada
puede llegar a encubrir, disfrazar, y por tanto las consecuencias que puede
provocar. Pero desgraciadamente este caso real, no es el único en personas
afectadas por esclerosis múltiple.
Por
tanto, y cómo hemos visto en la entrada, nos hemos realizado muchas preguntas
para intentar dar a conocer el papel modulador del estrés en la vida de las
personas afectadas por esclerosis múltiple. Preguntas que requieren respuestas
y además acciones que permitan identificar, abordar y tratar el estrés
derivado, teniendo siempre presente que la naturaleza crónica y progresiva de
esta enfermedad lleva consigo un desgaste psicológico y emocional importante.
Bibliografía.
1. Ribera-Navarro,
J., Benito-León, J. y Morales-González, J.M. (2001). Hacia la búsqueda de
dimensiones más específcas en la medición de la calidad de vida en la
esclerosis múltiple. Revista de Neurología, 32(8): 705-713.
2. Siegert,
R. J. y Abernety, D.A. (2005). Depression in multiple sclerosis: a review. Jounal
of Neurology, Neurosurgery and Psychiatry, 76: 469-475.
3. Sá,
M. J. (2008). Psychological aspects of multiple sclerosis. Clinical Neurology
and Neurosurgery, 110: 868-877.
4. Feinstein,
A. (2011). Multiple sclerosis and depression. Multiple Sclerosis Journal,
17(11): 1276-1281.
5. Smith,
S. J. y Young, C.A. (2000). The role of affect on the perception of disability
in multiple sclerosis. Clinical Rehabilitation, 14: 50-54.
6. Casas
LF, Planas M, Pérez MEG, Torrentà LR. Impacto del estrés y de las variables
psicosociales en el curso clínico y en la calidad de vida de los afectados por
la esclerosis múltiple. Cuadernos de medicina psicosomática y psiquiatria de
enlace. 2016;(118):36–48.
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