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martes, 2 de octubre de 2018

Sintomas Psicológicos y Emocionales en Esclerosis Múltiple. Estrés Agudo y Estrés Crónico.


Una de las características de este blog, es dar prioridad a los contenidos y no a la difusión en sí del blog. Por ese mismo motivo, todas las publicaciones que realizo intentan referenciar artículos y publicaciones donde se apoya el contenido, aunque casi todo el contenido publicado sea de elaboración propia  y basada en la experiencia que el trabajo diario con personas afectadas por esclerosis múltiple me proporciona.

Ya he abordado el tema del Estrés, al menos de una forma básica y divulgativa para poder conocer qué es y cómo se presenta, aquí tenéis la publicación. Pero esta entrada intenta ir más allá.

Cuando hablamos de estrés, tendemos a asociar, a veces incorrectamente, a este término un significado asociado a conceptos como una mayor agitación, actividad física y psíquica bajo estado de agotamiento, desgaste emocional, cansancio, falta de sueño, irritabilidad, apatía, saturación, problemas en las relaciones interpersonales, y una característica que resalta sobre la demás, la temporalidad.
Esta última característica de temporalidad, se asocia a que la persona bajo situación de estrés, asume la idea de que dicho estado esté asociado la vivencia de una o unas situaciones concretas que repercuten en la vida diaria. Para la persona, esas situaciones se anclan a períodos determinados de tiempo, de forma que finalizado dicho período temporal, creen que finaliza el estrés que se sufre. A estas situaciones se le conocen como acontecimientos vitales estresantes, AVEs.

Pero ¿qué ocurriría si los efectos generados por la exposición al estrés fuesen duraderos en nuestro organismo? ¿Cómo podemos saber si el Acontecimiento Vital y Estresante ha sido neutralizado completamente? Y por último; ¿Cómo podemos saber si esas AVEs no han generado otras enfermedades, alteraciones o trastornos en nuestras vidas que sufrimos finalizado el período de estrés?

¿Aprende nuestro organismo a estresarse cíclicamente aunque no esté expuesto a sus estresores?

En las enfermedades crónicas como la esclerosis múltiple, el estrés está presente antes incluso del momento de diagnóstico. En una fase pre-diagnóstica la persona vivencia apariciones sintomáticas que le hacen suponer que algo está ocurriendo.
La intensidad de esas alteraciones, que no tienen aún nombre, y son percibidas poco a poco por la persona cada vez con más frecuencia e intensidad, de forma que la asociación entre una situación y otra empieza a acumularse en formas de interrogantes en el pensamiento de la persona ¿qué me está sucediendo? ¿Por qué me pasan estas cosas? Bajo esta situaciones donde los síntomas comienzan a manifestarse, no son asociadas a situaciones concretas, y por tanto los síntomas se vivencian cómo respuestas fisiológicas propias.
La persona por tanto, ante la aparición del síntoma como entidad propia, no tiene una respuesta, y esta ausencia de atribución causal por el momento, es la responsable del estrés. Es decir, no saber la causa, sería el estresor o estímulo generador de angustia, miedo, malestar, incomodidad, etc. No saber lo que ocurre y por qué ocurre es por tanto también un estresor.
 Pero entre la aparición de estas alteraciones, de intensidad moderada o leve, la persona retoma su estado normalizado de salud, y por tanto, la asociación entre esas manifestaciones clínicas, los síntomas, y la exposición al estresor; no se consolidada  como respuesta condicionada y consciente para la persona. Sin embargo, el organismo sí que empieza a aprender que la asociación acontecimiento vital estresante y su asociación directa con el síntoma provocado empiezan a estresarle y generarle malestar y disfuncionalidad.

De forma que la temporalidad para la persona, en un principio pasa casi desapercibida respecto al impacto en salud, pero para nuestro organismo, no. Es esa característica la que empieza a condicionar las respuestas estresantes del organismo. Nuestro cuerpo parece que aprende a estresarse antes incluso de que la persona sea consciente de su situación de estrés y del impacto sintomático que se deriva.

En el curso imprevisto y no controlable de la Esclerosis Múltiple, en ocasiones y aun no estando diagnosticada la persona, (fase pre-diagnóstica), ésta puede enfrentarse por primera vez a un brote, el debut clínico de la enfermedad.
Este primer brote suele presentarse, aunque no siempre con una intensidad alta e interferencia significativa en el impacto en la calidad de vida de la persona afectada.

Pero en ocasiones el brote debutante no interfiere significativamente en la vida de la persona, y ésta continúa haciendo su vida, sin pasar por los servicios de urgencia, con un estado físico casi preservado completamente, pero con una clave cognitiva activada que rememora acontecimientos estresantes pasados a los que no atendió.  Esa “clave cognitiva activada” ese pensamiento generador de angustia podría ser “esto que me ha ocurrido se parece a lo que me paso antes pero más fuerte” y esa clave de pensamiento, activa igualmente una clave emocional, la angustia y el miedo; que se activan ante la ausencia de respuesta que pueda solucionar el problema o la amenaza real a la que la persona se enfrenta.
Pero en otras circunstancias, el debut clínico de la enfermedad con un brote, requiere ingreso en servicio de urgencias, pruebas diagnósticas, emisión de un diagnóstico diferencial y cita programada a neurología.
Bajo esta circunstancia vital, el estresor ya está activo y la persona se enfrenta de forma consciente por primera vez a su acontecimiento vital estresante, lo que no indica que sea la primera vez que lo vivencia, pero sí la primera vez a la que le presta atención consciente, dada la interferencia en su vida diaria y la severidad de los síntomas presentados.
Según indican Ribera-Navarro y cols (2001) 1 “el diagnóstico suele ser un acontecimiento vital estresante que conlleva consecuencias psicológicas y sociales, además de las físicas” Además las personas afectadas por esclerosis múltiple, según autores como Tesar, Baumhackl, Koop y Günther et als. (2003)2 “tienen más probabilidad de sufrir alteraciones psicológicas que la población general”. A su vez, Siegert y Abernety, (2005)3, establecen que las personas afectadas por esclerosis múltiple “presentan más probabilidad de sufrir alteraciones psicológicas que otros grupos de  pacientes con enfermedades crónicas”, siendo según Sá (2008)4 “la ansiedad y la depresión las manifestaciones psicopatológicas más prevalentes”. Para Feisntein (2011)5 ambas alteraciones o trastornos se  sitúan en  con un “57%” la prevalencia de la depresión en la esclerosis múltiple mientras que la ansiedad estaría en el “34%” según (Smith y Young 2000)6.

Queda claro por tanto que el estrés es mucho más que un término de seis letras.

En ambos casos, ¿hasta qué punto podemos afirmar que las consecuencias de este acontecimiento vital estresante, fase pre-diagnóstica o fase diagnóstica, solo genera alteración o trastornos en este período determinado de la vida de la persona afectada? O dicho de otra forma, ¿el estrés derivado por este acontecimiento vital y estresante, genera un impacto mantenido en el organismo, y por tanto en el estado de salud físico, psíquico y social de la persona?

Estrés, un término al que recurrimos con mucha frecuencia para enmascarar otras circunstancias y estados físicos, mentales y emocionales, que no siempre se relacionan o tienen su origen en la salud de las personas o en sus procesos de enfermedad. Sin embargo, tanto “consumo, uso y abuso” del término, ha podido llegar a desgastar y oxidar el término en su más estricto significado y en su verdadero impacto sobre la salud.

En esclerosis múltiple sabemos que la los acontecimiento vitales estresantes, y su estrés derivado, generalmente de naturaleza emocional, se asocian a la predicción de brotes y pseudobrotes como se muestra en el estudio de Casas LF y cols  (2016)7 Impacto del estrés y de las variables psicosociales en el curso clínico y en la calidad de vida de los afectados por la esclerosis múltiple“ que concluye entre otras cosas, que “...los acontecimientos vitales estresantes,(AVEs) así como el impacto emocional que generan, eran buenos predictores del número de brotes padecidos durante los 18 meses”. En definitiva, el estrés es un predictor de la aparición de brotes y pseudobrotes en la esclerosis múltiple remitente recidivante (EM RR).

Además en este mismo artículo se presenta referenciada literatura que evidencia la asociación entre el estrés y la aparición de brotes y estados de agravamiento de la esclerosis múltiple asociados directamente al estrés y a los acontecimientos vitales y estresantes.
Así, por ejemplo, en las formas progresivas, el estrés provocaría mayor deterioro, avance y progresión sintomática. A veces este impacto por estrés en las formas progresivas de la enfermedad, repercute en un sólo síntoma, como la espasticidad, por citar uno. Este impacto “limitado” en lo referente al número de síntomas agravados, pero significativo en su intensidad y severidad, se asocia por parte de la persona afectada al curso mismo de la enfermedad, desechando en todo momento por parte de la persona que pueda tratarse a la influencia estresante de una situación vivida anterior o presente y por tanto al estrés.

Y sólo cuando hay una asociación temporal directa y simultánea, la vivencia de un acontecimiento vital estresante y su repercusión emocional de alta intensidad, (la muerte de un familiar, pérdida de un trabajo, separación afectiva de una pareja), etc, el agravamiento del estado físico de la persona, en las formas progresivas de la enfermedad es asociada de forma consciente al estrés percibido. Bajo esta situación concomitante la persona sí es consciente de cómo el estrés causa y empeora su salud.

De forma que el estrés es realmente percibido como amenaza cuando su impacto es ya irremediable y por tanto, la temporalidad deja de ser una variable manejable por la persona afectada.

Esto es indicativo de la necesidad de formar a la persona afectada por esclerosis múltiple sobre qué indicadores son predictores de una situación de estrés mantenida en el tiempo, y no de un estado temporal, limitado y concreto. Pero igualmente importante es que los profesionales sanitarios que inciden en el seguimiento del proceso de enfermedad conozcan los indicadores psicológicos del estrés. Además la humanización en la atención sanitaria, que pase por una mejor comunicación profesional-persona afectada ayudará no sólo a la comunicación sintomática del estado de la enfermedad por parte de la persona afectada para resolver dudas, sino también en anticipar por parte de la persona afectada otras causas, que puedan estar influyendo en el curso y pronóstico de la enfermedad. Y esto repercutirá en la adherencia terapéutica y la relación profesional-persona afectada.

La pregunta sería ¿podemos disminuir las claves cognitivas que el estrés genera formando e informando a las personas afectadas? Sin duda, sí.

Aprender a conocer qué factores psicosociales son generadores de estrés, que consecuencias provoca en la vida de la persona afectada, qué recursos se ponen en marcha para intentar superar la situación y sus consecuencias sintomáticas y si son útiles y eficaces para neutralizar el estrés, es fundamental para evitar las consecuencias del mismo en el estado de salud de la persona afectada.

Que la persona afectada por esclerosis múltiple, intente por sí misma controlar una situación que le está generando malestar, es totalmente normal y adecuado. Sin embargo, la persona ha de poder reconocer por sí misma, si la situación estresante se mantiene o no y si los indicadores de estrés le están afectando o no.
A veces, y en muchas ocasiones, la persona pasado ya el acontecimiento vital estresante, tiende a enmascarar sus consecuencias físicas que la persona pueda estar percibiendo sintomáticamente. Esta forma de enmascarar las consecuencias físicas, psíquicas y emocionales que el estrés ha generado, independientemente de que la situación haya desaparecido ya, son la evidencia de que la sintomatología pos-estrés está brotando y por ende, el impacto sintomático de la esclerosis múltiple se agrava.
La pregunta es; ¿por qué la persona afectada no comunica el malestar derivado de un acontecimiento vital estresante? Y ¿por qué pasado ese acontecimiento, la persona afectada por la enfermedad no comunica la persistencia de los síntomas indicadores del estrés y su interferencia en su estado de enfermedad?

Una de las principales razones, es que al igual que la persona afectada creía en un principio que el acontecimiento vital estresante era temporal, cree que el impacto sintomático pos-estrés, también es temporal. Esto significa que la persona afectada, espera a que la situación tienda a remitir por sí sola, hasta el punto de extinguirse por completo. Para ello y previamente la persona hace una valoración subjetiva del impacto y consecuencia que el síntoma está provocando, es decir, valora si el agravamiento del síntoma o síntomas, son realmente significativos y merecen asistencia o espera a que desaparezcan poco a poco.
Otros de los motivos, y valorando en muchas ocasiones por parte de la persona afectada, que la consecuencia pos-estrés y el agravamiento sintomático es realmente significativo, la persona no actúa tras valorar las consecuencias que en su estado tendría la asistencia a un dispositivo de urgencias y la medicación que pueda derivarse para neutralizar el agravamiento, ¿Por qué?
Generalmente cuando la persona no valora como positivo acudir a su médico o al dispositivo de urgencias, en mente tiene preconcebida la idea de que la medicación que pueda derivarse para neutralizar el agravamiento, pueda repercutir más de lo que pueda ayudar. En ocasiones estas ideas o pensamientos no tienen una base o evidencia científica, pero sí se sustenta en lo que la persona afectada Cree realmente y esa Creencia, como constructo psicológico es más poderosa en ocasiones que muchos estudios publicados en las mejores revistas de impacto.

En este pensamiento se apoya muchas veces la naturaleza de los tratamientos medicamentosos para los casos de esclerosis múltiple, inmunomoduladores, inmonosupresores, etc), la valoración de las mejorías percibidas en las experiencias previas, efectos secundarios derivados de otras ocasiones, etc. Consecuencias todas ellas que hace que la persona deseche la posibilidad de mejorar porque cree realmente que acabará empeorando. La pregunta sería ¿por qué en las personas afectadas por esclerosis múltiple, la medicalización no siempre es valorada como una opción, pese a las consecuencias reales de la enfermedad? En su momento intentamos dar respuesta a esta cuestión bajo la entrada de 2015, pero actual a día de hoy; El Brote y su proceso decisional.

Y una tercera razón, y por ello no menos importante, para desechar la asistencia por parte de la persona, es entender, comprender y asimilar, que el estrés vivido y su consecuencia en forma de impacto en la salud, es evidencia de que la persona, no está tan bien como cree estar. Y muchas veces este pensamiento dual, estado ideal-estado real, implica dos dimensiones. La primera; reconocer que los síntomas que reconocen asociados a la enfermedad que se padece, esclerosis múltiple, se están agravando. Y reconocer que mental y emocionalmente la persona no está “tan entera” como cree estar, y esto no es nada fácil. Sin embargo, reconocer ésto supone un paso definitivo en el afrontamiento psicológico del proceso de enfermedad ya que vinculado a éste reconocimiento, esta explícita la idea de precisar ayuda.
Por tanto, esta valoración mental de estas dimensiones, implica estrés. De esta forma el círculo vicioso de la respuesta o mejor de la no respuesta ante el acontecimiento vital estresante inicial en el momento pre-diagnóstico de la vida de la persona, cierra su ciclo agravando todo el estado descrito anteriormente.
Lo que en un momento concreto de la vida, la persona afectada vivió como acontecimiento vital estresante y pasó, generó de forma subyacente un estado sintomático de agravamiento que en otro momento vital distinto, la persona vuelve a vivenciarse como un nuevo acontecimiento vital estresante, un brote, un empeoramiento significativo, una necesidad de tratamiento, un síntoma mantenido en el tiempo, una secuela nueva, o una necesidad de ayuda profesional que antes no se barajaba.
Y es así como el estrés agudo, el que presenta impacto a corto plazo, se presenta como estrés crónico y mantenido en el tiempo, con impacto en la salud a largo plazo por la respuesta aprendida de nuestro organismo a defenderse de las amenazas.

Esta modificación en la respuesta del estrés, puede ser controlada y neutralizada pero la persona afectada por esclerosis múltiple y sus familiares han de conocer cómo. Las asociaciones de pacientes, las diferentes asociaciones de esclerosis múltiple, como la nuestra propia, Asociación Granadina de Esclerosis Múltiple, tienen aquí un papel imprescindible en el abordaje psicosocial del proceso de enfermedad y en la prestación psicológica de ayuda para afrontar las situaciones emocionales derivadas del proceso de enfermedad.

Un ejemplo claro del impacto del estrés, es el que vivió una persona afectada por esclerosis múltiple remitente recidivante que hasta el momento presentaba un buen estado físico. En nuestra entrada del blog  “El Poder de la Mente I y II parte”, se define claramente el papel que el estrés que la persona afectada puede llegar a encubrir, disfrazar, y por tanto las consecuencias que puede provocar. Pero desgraciadamente este caso real, no es el único en personas afectadas por esclerosis múltiple.

Por tanto, y cómo hemos visto en la entrada, nos hemos realizado muchas preguntas para intentar dar a conocer el papel modulador del estrés en la vida de las personas afectadas por esclerosis múltiple. Preguntas que requieren respuestas y además acciones que permitan identificar, abordar y tratar el estrés derivado, teniendo siempre presente que la naturaleza crónica y progresiva de esta enfermedad lleva consigo un desgaste psicológico y emocional importante.


Bibliografía.

1.    Ribera-Navarro, J., Benito-León, J. y Morales-González, J.M. (2001). Hacia la búsqueda de dimensiones más específcas en la medición de la calidad de vida en la esclerosis múltiple. Revista de Neurología, 32(8): 705-713. 
2.    Siegert, R. J. y Abernety, D.A. (2005). Depression in multiple sclerosis: a review. Jounal of Neurology, Neurosurgery and Psychiatry, 76: 469-475.
3.  Sá, M. J. (2008). Psychological aspects of multiple sclerosis. Clinical Neurology and Neurosurgery, 110: 868-877.
4.   Feinstein, A. (2011). Multiple sclerosis and depression. Multiple Sclerosis Journal, 17(11): 1276-1281.
5.     Smith, S. J. y Young, C.A. (2000). The role of affect on the perception of disability in multiple sclerosis. Clinical Rehabilitation, 14: 50-54.
6.  Casas LF, Planas M, Pérez MEG, Torrentà LR. Impacto del estrés y de las variables psicosociales en el curso clínico y en la calidad de vida de los afectados por la esclerosis múltiple. Cuadernos de medicina psicosomática y psiquiatria de enlace. 2016;(118):36–48.




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Autor del Blog y de la entrada
Alberto José Ruiz Maresca.
Psicólogo General Sanitario
NICA 24045 Nº Col AO 04033.
AGDEM
Granada, España