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jueves, 10 de julio de 2014

QUIERO SER FELIZ, Y NO SÉ SI PUEDO.

A ti, que anhelas tu propia felicidad.

Me gustaría que esta entrada fuese compartida por cada una de las personas que deciden leerla, pues sé que acabará contribuyendo a una causa necesaria.

 

Lo que escribo a continuación tiene un destinatario concreto, y así lo veréis en la redacción de la entrada, pero cada uno de vosotras y vosotros podéis ser destinatarios.



Cuando soy feliz es como si un globo tirase de mi hacia el cielo, pero al final mi sombra siempre quiere hacerme creer que no lo soy, que no puedo serlo y acabo tocando otra vez el suelo.

Algo aparentemente fácil de lograr, disfrutar de la felicidad, sentirla, vivirla, puede convertirse en un verdadero sufrimiento. No es nada extraño, todo lo contrario, es algo muy común, y en ocasiones tiene unas causas bien identificadas psicológicamente. Causas que la persona identifica en su vida, como patrones de vida consolidados (siempre lo hice así). 
La mayoría de las veces, ese miedo es como (el hombre del saco), algo que se usó para intentar enseñar a no hacer algo, pero que acabó generando un efecto contrario. El miedo a ser feliz tiene una causa psicológica que se origina en el miedo a descubrir, por tanto, la persona no se enfrenta a aquellas cosas donde su expectativa puede que no se cumpla. Esta forma constante de evitar, hace que la persona, a pesar de todo lo positivo que le haya ocurrido, en un sólo día, mentalmente y de forma automática analice su estado para comprobar que efectivamente se siente bien. En ese momento mentalmente empieza a contrarrestar ese estado, a boicotearlo, por haberlo aprendido así durante mucho tiempo (que viene el hombre del saco...) a detectar estados de malestar o a castigarse psicológicamente por estar bien.

A esto se le conoce como pensamiento mágico, que es una creencia que versa sobre que la mejor forma de ahuyentar los problemas es concentrándote mentalmente en ellos, analizarlos y contrarrestarlos para poder mantenerse en estado de alerta.

De forma que lo más destacable hasta ahora, es que hablamos de personas exigentes consigo mismas, herméticas sentimentalmente, analíticas racional y emocionalmente y lo más importante, que se trata de una creencia y por lo tanto, sea algo aprendido en su primera infancia. 
Las creencias mueven el mundo, el de uno mismo y el de todos los demás. Por eso es necesario darle la importancia que tiene. Una creencia, en este caso, errónea, es un pensamiento automático. Este a su vez es un argumento, una estructura mental, con capacidad de aparecer y desaparecer de tu mente, sin que tú quieras hacer uso de él. Y esto es realmente importante porque algo así, con esa fuerza tiene la capacidad de alterar emocionalmente el estado en el que se encuentre la persona.

Esta causa, aparentemente compleja es sencilla de analizar. El estado de bienestar que provoca la felicidad, hace que mentalmente la persona se relaje, se confíe, y es como si bajo ese estado de calma y sosiego, la persona aún estando feliz, necesitase estar constantemente en alerta. No es que no se fíe, es que no puede darse el lujo de estar bien, de estar tranquila, de se feliz. Por lo tanto no se trata de que no pueda ser feliz, se trata de que no sabe disfrutar de la felicidad, que son dos cosas muy diferentes.

Vivir la felicidad te costará el esfuerzo de disfrutar el momento y llenarte de su sabor, pero has de no analizar posteriormente nada, tan solo disfrutarlo.


Cuando alguien tiene miedo a ser feliz, cuando alguien cree que no puede ser feliz, sufre intensamente porque entre otras cosas cree que puede proporcionar infelicidad a su entorno, a su pareja, etc.
Cuando esto sucede, la persona alimenta su felicidad con la felicidad de los demás, es decir intenta que las personas importantes para el o ella estén bien y que ese estado de bondad que disfrutan los demás, en gran parte se deba a su esfuerzo a su propio sacrificio, incluso al sacrificio de su propia felicidad.
De forma que cuando no se sabe ser feliz, y se hace felices a los demás, la persona sufre igualmente porque comprueba el estado de los demás, y lo compara con el suyo. Es un círculo vicioso porque la persona quiere evitar su propio estado, lo prefiere antes de disfrutarlo y es así como mentalmente se centra en neutralizarlo.

Ese sentimiento, que como digo es de alta intensidad, genera un sentimiento de culpa muy enquistado. Pero quien se encuentre en esta situación no ha de perder la esperanza, porque aprender a ser feliz es tan fácil como aprender cualquier otra cosa. El gran esfuerzo está en creer que puedes y tienes el derecho de serlo, pese a lo que hayas hecho desde tu infancia.

Ser feliz es un estado, como estar triste es otro. Aprendemos a sufrir en la vida, a enfermar y superarse, a llorar a quienes nos abandonan, pero a ser feliz, nadie nos enseña. El mundo en el que vivimos, nos hace altamente competitivos, exigentes con nosotros mismos y nuestro propio entorno, y en ese frasco de exigencia y competitividad no hay espacio para el bienestar y la salud. 

No tienes culpa de nada, tan sólo has hecho lo que sabías, lo mejor que sabías hacerlo, que no es poco. Sin embargo, tendrás que aprender desde hoy a darte la oportunidad de equivocarte, de errar. Ese aprendizaje, relativizará la frustración del estado de alerta, y provocará a tu mente un estado desconocido por no estar vigilante, entonces te sentirás rara, como descubriendo algo nuevo o incluso algo que ya has experimentado en alguna ocasión, algo tan sencillo, tan bonito que dibuja en tu rostro una sonrisa, y otra en la persona que vea tu sonrisa. Ese algo alivia todo el peso de tu mochila, y cuando alguien no pesa por sentirse libre y feliz, tal vez un puñado de globos, puedan llevarla a otro lado sin que nadie, ninguna sombra tire de ella hacia abajo.



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Alberto José Ruiz Maresca.
Psicólogo AO 04033.
AGDEM
Granada, España.
10 de Julio de 2014