El miedo a vivir bajo circunstancias que la mente elabora desde la angustia y desesperanza más aguda, implica creer que morir, puede aliviar el dolor. Estoy hablando de la expresión verbal que la persona refiere, ante una proyección futura de su estado de enfermedad. Y que ya hemos expuesto en otra entrada anterior.
"Si llegase el día en el que me tengan que cuidar o no pueda valerme por mí mismo, preferiría morirme"
Y cuesta mucho creer que una persona desee morir. Quizás porque no se termine de comprender la inmensidad del sufrimiento que la persona tiene en estos momentos de proyección. Y quizás porque no queramos creer en la posibilidad real de que todo lo que la persona imagina, acabe ocurriendo. Y en esta imaginación futura, anticipación, la persona se dibuja en un escenario extremadamente radical y absoluto, que visualiza casi en forma de creencia, es decir, casi con la seguridad de que su profecía futura fuera una realidad que ya ha contemplado. Y en ese miedo futuro, en esa anticipación y en profecía, una frase es quizás la mas fuerza cobra.
"No quiero ser un estorbo. No quiero amargarles la vida. No quiero que tengan que estar pendiente de mi"
Casi de forma egoísta y temerosa, y quizás porque nos ponemos en modo supervivencia, centramos el miedo tan agudo a seguir viviendo que la persona expresa, en la necesidad de contrarrestarlo, como digo por egoísmo temeroso. Egoísmo a no saber qué hacer en ese momento, a no saber que hacer con lo que se nos está expresando. Egoísmo por la necesidad de salir cuánto antes de esa situación que tanta incomodidad nos genera. Egoísmo, porque hablar de la muerte nos da miedo, no sabemos afrontarlo y no queremos imaginar que pueda ser posible. Egoísmo, porque buscamos nuestro propio bienestar, antes que comprender el malestar tan profundo de la otra persona a la que acabamos contrarrestando de forma egoísta con frases como:
"¡Anda ya, no digas tonterías, eso no va a pasar. No pienses en eso, no ves que me pones triste."
De forma que tal vez centremos más la atención en nuestra propia supervivencia, que la voluntad de no sufrir viviendo de la otra persona. Es en parte lógico. Socialmente no nos educan en la contemplación de la muerte, como la ausencia física real, y se nos impone la idea de otras vidas, aunque finalmente nos enfrentamos solo a la ausencia de vida, al ya no está, nunca más lo veremos, etc.
Y también es lógico porque socialmente se nos quiere hacer ver que hemos de ser felices, encontrar recetas para un bienestar tan irreal como superfluo, rebosante de malestar y exigencia, por no contemplar ni los miedos, ni los sufrimientos que todos tenemos. Y es cierto que en la vida hay momentos de felicidad y bienestar, momentos inolvidables que solo por su evocación en la memoria nos dibujan una sonrisa. Pero la Vida no es solo felicidad.
Y en la vida, desde luego, lo que sí hay es dolor, y sufrimiento, pese a intentar enterrarlo como si de un barril radiactivo se tratase. Nos educan en la no expresión conjunta del sufrimiento, excepto un día al año, dónde todas las personas pueden hacer visible su dolor. Nos inculcan la idea de que la contención de la pena y la tristeza, se reduce a la esfera más íntima de la persona. Pedimos perdón cuando lloramos delante de alguien, pero nunca cuando sonreímos. Intentamos por tanto, seguir unas directrices asumidas culturalmente que nos quieren hacer ver, que pese al dolor que se experimenta, has de sentirte afortunado o afortunada por algo, tal vez solo por seguir viviendo, pero ¿qué hay del sufrimiento?
En la Vida misma, lo único que es universal a todos los seres humanos, es la muerte. Sin embargo, la vida sigue, porque la Vida, que no vivir, también es universal. Así mientras haya Vida, habrá Muerte. Y hablar sólo de una e intentar erradicar la otra, no nos ayuda. Hablemos de ambas, a partes iguales, si les place, pero hablemos de la muerte para ayudar y ayudarnos.
Y tendríamos que comprender mejor estas ideas, porque cuando de una forma u otra, la muerte llega, necesitamos comprender muchas cosas. Cosas que durante toda una vida, hemos intentado tapar. Hemos mirado hacia otro lado, por miedo, y hemos evitado conscientemente hablarlo. Entonces aparece el inevitable dolor con su sufrimiento, miedo, angustia, culpa, tristeza, pena...un abismo emocional que tal vez hayamos vivido en otros momentos de nuestras vidas, pero que hemos querido enterrar a mil metros bajo tierra, como si de un barril radiactivo se tratase.
Y cuando hablamos de esto, de forma sosegada, sin prisas, sin necesidad de confrontar nada y racionalizar nada, todo se vuelve a una dimensión diferente. La persona te agradece el tiempo para hablar de esto, que nunca lo había expresado. Te da las gracias por llorar tranquilamente, y se sorprende a sí misma, cuando sonríe después de poner sus miedos delante suya.
"Se que lo que he dicho, es posible que no llegue. Que mi enfermedad no llegue a provocarme todo esto, y que acabe muriendo de, o por otra cosa, quizás un poco peor a cómo estoy hoy, per es normal ¿verdad?"
Y entonces comprendes. El miedo al sufrimiento futuro, se torna muy lejano. la angustia a morir se ve como un proceso inevitable. El dolor a generar sufrimiento en los demás, emociona, pero se contempla como lógico "más dolor me generaría que no sufran por mi" -acaba diciendo- y la angustia vital a no valerse por sí misma, aunque existe en el pensamiento, su mirada dice que no se contempla por el momento.
Y finalmente, nos despedimos, con un abrazo.
Sé y espero que esta entrada, genere controversia, pero no es mi intención. El objetivo es reflexionar, de forma sosegada sobre el dolor y el sufrimiento, más allá de la felicidad. La vida y la muerte, están ahí. hablemos de ambas.

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